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domingo, 20 de octubre de 2013

Los orígenes míticos de Roma. Los viajes de Eneas.

Todos hemos oído hablar de la leyenda de Rómulo y Remo, los fundadores míticos de la ciudad de Roma. Pero, ¿de dónde salieron Rómulo y Remo? Para conocer el origen de estos famosos fundadores, deberemos ir mucho más atrás en la historia. Deberemos trasladarnos a la época griega, a la guerra de Troya.
Troya era una rica ciudad situada en la actual Turquía que fue atacada por los griegos y destruída...¡hasta nueve veces! Aunque la historia de Troya es muy interesante, nos desviaríamos mucho del tema, así que, si os interesa la historia, os recomiendo visitar este blog, donde encontraréis un cómic de la guerra de Troya, o podéis escuchar las siguientes canciones que os resumen de una forma original la historia de Troya.



La historia que nos interesa empieza al final, mientras Troya está siendo saqueada y tomada por los griegos. En ese momento entra en escena un joven troyano que ya ha destacado en varias ocasiones durante la guerra y que tiene un origen bastante peculiar: Eneas. Este particular héroe es hijo del anciano Anquises, miembro de la familia real troyana, y de la diosa Afrodita. Con estos padres, ¿cómo no iba a tener Eneas un destino grandioso?
Eneas, pues, es obligado a abandonar Troya antes de que sucumba ante las hordas griegas, de modo que pueda salvar los dioses Penates de Troya (los dioses sagrados de la ciudad). El joven Eneas, obediente a los designios divinos, toma sus dioses, carga sobre su espalda a su anciano padre y toma a su pequeño hijo, pidiendo a su mujer que les siga por las calles oscuras y plagadas de gritos de Troya. El camino de salida no es fácil. Los griegos han tomado la ciudad y saquean y asesinan a sus anchas, sin importarles para nada la inocencia o la culpabilidad. El humo de los incendios crea una atmósfera lúgubre y les impide ver por dónde caminan, pero Eneas se mantiene firme y sigue adelante. Poco a poco se les van uniendo más troyanos, jóvenes y no tan jóvenes que buscan sobrevivir, que quieren preservar la existencia de Troya. Todos siguen a Eneas hasta el exterior.
En algún momento, Creúsa, la esposa de Eneas, desaparece y el joven héroe, ocupado en esquivar las múltiples trampas que acechan en las sombras, no se da cuenta hasta que no es demasiado tarde. Al advertir la ausencia de su amada esposa, Eneas retrocede. La llama a gritos a pesar del peligro. Busca entre las sombras. Llora. Suplica a los dioses. Mira el rostro de su hijo y más fuerte se vuelve el dolor de su pecho. Pero Creúsa no aparece. La lógica le insta a retomar la huida, alejar de aquel lugar de sangre a su amado hijo y a su padre. La lógica le dice que su esposa ha debido de morir, quizás haya caído en manos de los griegos que campan por la zona borrachos de poder o quizás las sombras traicioneras la han desviado de su camino y se haya perdida, quién sabe donde. La lógica le echa en cara su estupidez y le recuerda que su esposa es adulta y podrá valerse sola...¡Ah, la lógica! El corazón, sin embargo, le obliga a recordar las caricias de su esposa, su sonrisa, su pelo y su olor; le insta a recordar sus votos, sus promesas y sus sueños. Su corazón le obliga a ir en su busca, sin importar que su vida o la de su hijo corran peligro.
No sabemos qué habría pasado. A quién habría hecho caso el héroe. Pues los dioses, benévolos a la situación del joven, deciden intervenir y mandan un fantasma de la joven Creusa a hablar con su esposo. Ella, con los cabellos incendiados, le pide perdón por haberse desviado del camino y le informa que no debe buscarla, pues ya se encuentra en el mundo de los muertos y nada puede hacerse. "Sálvate, Eneas, y salva a nuestro hijo", imaginamos que diría el pálido fantasma de la muchacha. Y Eneas, entre lágrimas amargas, abandona a su esposa desaparecida y reemprende el camino que los dioses han marcado para él.
Eneas logra abandonar una Troya devastada y humeante con un grupo reducido de hombres y mujeres en cuyos rostros se refleja el dolor de abandonar su vida. Atrás quedan posesiones, familia y amigos, todos ellos sepultados bajo el fuego o sometidos por los griegos que los usarán como esclavos. Eneas no vuelve atrás su mirada. No quiere recordar así su querida Troya. No quiere ver en el humo el rostro amante de Creusa. Demasiados sufrimientos ha tenido ya. Con paso cansado, los troyanos acudieron en masa al puerto y tomaron las naves que les llevarían lejos de allí, lejos de Troya, lejos de Grecia, lejos de los sufrimientos. Veinte naves salieron del puerto troyano. Se mecían con calma sobre las aguas, dando impresión de tristeza y agonía. Veinte fueron las naves que abandonaron Troya, pero al siguiente puerto solo llegaron siete.



Las naves, propulsadas por los fuertes brazos de los troyanos y ayudadas por el benefico soplido del dios Neptuno, arriban pronto a la isla de Creta, donde se detienen a descansar del largo viaje. Mientras todos descansan, arropados por el dulce rumor de las olas y rodeados del suave aroma de la vegetación, Eneas se agita entre sueños. La niebla cubre su mente y una voz poderosa le exige obediencia. Júpiter, dios de dioses, le habla y la mente del héroe escucha con atención los deseos del dios. Cuando despierta, Eneas ya sabe qué debe hacer: debe poner rumbo a la tierra de Hesperia (Italia) y hacer que Troya renazca de entre sus cenizas. Con este nuevo designio divino, el joven héroe reemprende el camino con sus compañeros de fatigas.
La siguiente parada de nuestros héroes será Cartago, una ciudad situada en el norte de África, la actual Túnez, donde habita una mujer, Dido, que ha logrado escapar de una muerte segura a manos de su hermano, Pigmalión, quien ansiaba hacerse con el tesoro que Siqueo, esposo de Dido, guardaba. Dido, sin embargo, es una mujer de mente ágil y consigue escapar  y llegar a la costa de África, donde pide refugio y un lugar para edificar su ciudad. Como os podéis imaginar, se rieron de ella y, como una broma pesada, le dijeron que podría obtener la tierra que lograse tapar con una piel de vaca. Sin embargo, no conocían bien a Dido que pensó y llegó a una solución: cortó la piel en pequeñas tiras y con ellas fue marcando el perímetro de la que iba a ser su ciudad.
Cuando Eneas y sus compañeros troyanos son desviados de su rumbo hacia Italia por la diosa Juno/Hera, son conducidos hacia Cartago, donde les recibe la reina Dido. Afrodita/Venus, diosa del amor y madre de Eneas, decide enviar a Cupido para hacer que Dido se enamore de Eneas y evitar así una posible traición, pues Dido es una fiel seguidora de la diosa Juno y Juno era enemiga de los troyanos desde el famoso Juicio de París. Además, para proteger a su hijo, Venus/Afrodita acuerda con Juno el matrimonio de Dido y Eneas, algo que Juno desea para evitar que Eneas llegue a fundar la nueva Troya.
Eneas y Dido viven una temporada de amantes, felices enamorados que disfrutan de su mutua compañía, hasta que los dioses deciden que la tranquilidad dura ya demasiado. Es entonces cuando Júpiter envía un mensaje a Eneas recordándole que él no debe permanecer en Cartago, sino que su destino es partir hacia Italia. A pesar de su amor hacia Dido, Eneas abandona Cartago y a Dido quien, sintiéndose desconsolada y ofendida, se suicida.
Tras estas breves pero intensas vacaciones, nuestro héroe llegará al Lacio, donde se encontrará con el rey Latino, quien tiene una hija, llamada Lavinia, sobre la que pesa una profecía. Según la profecía, la joven Lavinia no debe casarse con ningún joven de la zona, pues se casará con un extranjero que llegará a gobernar la zona. ¿Os imagináis quién es este extranjero? ¡Exacto! Nuestro Eneas ha encontrado un nuevo amor con el que borrar la sombra de Dido. Bueno, sea como sea, Eneas se casa con Lavinia y emprende una guerra contra los rútulos, una tribu de la zona liderada por Turno, que había estado enamorado de Lavinia. Eneas mata a Turno y junto a su esposa funda la ciudad de Lavinium.
El Lacio y sus poblaciones.
Para terminar os dejo el Lamento de Dido de la ópera Dido y Eneas de Henry Purcell.

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